Decálogo para escribir cartas de amor

1. Pensar desde qué estado anímico se va a escribir: rencor, euforia, tristeza, desamor, nostalgia… Hay que tener en cuenta, también, que resultará más fácil confeccionar una carta de amor que se ajuste a los sentimientos actuales del autor.

2. Imaginar al destinatario de la carta (sea una persona real o un personaje inventado). No hay que perderlo nunca de vista mientras se está escribiendo.

3. Inventarse una situación determinada en que se enmarquen el estado anímico y el destinatario de la carta de forma verosímil: el narrador acaba de romper con su pareja y desea una reconciliación; lleva veinte años con la persona amada y la carta es un regalo de aniversario; adora en silencio al destinatario de la carta y se decide por fin a revelarle su amor; etc.

4. Buscar una continuidad y un encuadre para el contenido de la carta. No basta hablar de sentimientos: hay que situarlos en unas circunstancias espacio-temporales precisas.

5. Acertar con palabras concretas para expresar los sentimientos, echando mano de metáforas, comparaciones, acciones, gestos, detalles físicos o ambientales. No acudir, a menos que sea absolutamente imprescindible, a palabros como AMOR, FELICIDAD, PROFUNDIDAD, HONDURA, SUFRIMIENTO, etc.

6. Cuidar meticulosamente el lenguaje: no usar ─a menos que se recurra a la ironía─ frases hechas, expresiones cursis, estereotipos amorosos… Tampoco hay que dejarse llevar en exceso por el lenguaje poético, que junto con el tema puede crear un conglomerado bastante empalagoso.

7. Tener mucho cuidado con el tono. Es muy importante que el discurso, por medio de las palabras seleccionadas, acerque al lector al estado de ánimo del narrador. Ejemplos: uso de diminutivos y un lenguaje llano si la carta está escrita desde la confianza; frases cortas y secas si está escrita desde el rencor; etc.

8. Ser consecuentes, sinceros y profundos en cuanto al sentimiento que generó la carta. No hay que quedarse en la superficie del estado de ánimo (alegría, pena, melancolía…), sino ahondar en las contradicciones que todo sentimiento conlleva.

9. Buscar un hilo narrativo, por sencillo que sea. Se necesitan acciones, objetos y hechos para expresar los sentimientos con eficacia, así que mejor proveerse de una secuencia que permita desenvolverse de un modo concreto.

10. Tener en cuenta que una carta de amor literaria ha de ir dirigida a dos lectores diferentes: al supuesto destinatario de la carta, y al lector real que la tiene delante. Hay que incluir la información suficiente para que cualquier lector sepa encuadrar la situación que se le describe, pero no tanta o de tal forma que sea evidente que el narrador le está dando datos dirigidos a él, y no al supuesto destinatario.

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El uso de la coma

Uso de la coma

La coma (,) indica una pausa breve que se produce dentro del enunciado.

Orientación de uso

Ejemplos
 

Se emplea para separar los miembros de una enumeración, salvo que vengan precedidos por algunas de las conjunciones y, e, o, u.

 

Es un chico muy reservado, estudioso y de buena familia.

 

Acudió toda la familia: abuelos, padres, hijos, cuñados, etc.

 

¿Quieres café, té o un refresco?

 

 

Cuando los elementos de una enumeración constituyen el sujeto de la oración o un complemento verbal y van antepuestos al verbo, no se pone coma detrás del último.

 

El perro, el gato y el ratón son animales mamíferos.

 

De gatos, de ratones y de perros no quiero ni oír hablar.

 

 

Se usa coma para separar miembros gramaticalmente equivalentes dentro de un mismo enunciado, a excepción de los  casos en los que medie alguna de las conjunciones y, e, ni, o, u.

 

Estaba preocupado por su familia, por su trabajo, por su salud.

 

Antes de irte, corre las cortinas, cierra las ventanas, apaga las luces y echa la llave.

 

Sin embargo, se coloca una coma delante de la conjunción cuando la secuencia que encabeza expresa un contenido (consecutivo, de tiempo, etc.) distinto al elemento o elementos anteriores.

 

Pintaron las paredes de la habitación, cambiaron la disposición de los muebles, y quedaron encantados.

 

 

 

También cuando esa conjunción está destinada a enlazar con toda la proposición anterior, y no con el último de sus miembros.

 

Pagó el traje, el bolso y los zapatos, y salió de la tienda.

 

Siempre será recomendable el empleo de la coma cuando el período sea especialmente largo.

 

Los instrumentos de precisión comenzaron a perder exactitud a causa de la tormenta, y resultaron inútiles al poco tiempo.

 

 

En una relación cuyos elementos están separados por punto y coma, el último elemento, ante el que aparece la conjunción copulativa (esto es, “que liga y junta dos cosas”), va precedido de coma o punto y coma.

 

En el armario colocó la vajilla; en el cajón, los cubiertos; en los estantes, los vasos, y los alimentos, en la despensa.

 

Con gran aplomo, le dijo a su familia que llegaría a las tres; a sus amigos, que lo esperasen a las cinco; y consiguió ser puntual en los dos casos.

 

 

Se escribe una coma para aislar el vocativo (“llamar o invocar a una persona o cosa”) del resto de la oración.

 

Julio, ven acá.

He dicho que me escuchéis, muchachos.

 

 

 

Cuando el vocativo va en medio del enunciado, se escribe entre dos comas.

También cuando se interrumpe el sentido del discurso con un inciso aclaratorio o incidental, sobre todo si este es largo o de escasa relación con lo anterior o posterior.

Para intercalar algún dato o precisión: fechas. lugares, significado de siglas, el autor u obras citados.

Cuando dentro de un enunciado o texto que va entre paréntesis es preciso introducir alguna nota aclaratoria o precisión.

Para encerrar aclaraciones o incisos que interrumpen el discurso. En este caso se coloca siempre una raya de apertura antes de la aclaración y otra del cierre al final.

 

Estoy alegre, Isabel, por el regalo.

 

a)     Aposiciones (“reunión de dos o más sustantivos sin conjunción”) explicativas.

 

En ese momento Adrián, el marido de mi hermana, dijo que nos ayudaría.

 

 

b)     Las proposiciones adjetivas explicativas.

 

Los vientos del Sur, que en aquellas abrazadas regiones son muy frecuentes, incomodan a los viajeros.

 

 

c)     Cualquier comentario, explicación o precisión a algo dicho.

 

Toda mi familia, incluido mi hermano, estaba de acuerdo.

 

 

d)     La mención de un autor u obra citados.

 

La verdad, escribe un político, se ha de sustentar con razones y autoridades.

 

Cuando se invierte el orden regular de las partes de un enunciado, anteponiendo elementos que suelen ir pospuestos, se tiende a colocar una coma después del bloque anticipado. No es fácil establecer con exactitud los casos en que esta anteposición exige el uso de la coma. Pero frecuentemente puede aplicarse esta norma práctica:

 

 

 

 

 

 

a)     Si el elemento antepuesto admite una paráfrasis con en cuanto a, es preferible usar coma.

 

Dinero, ya no le queda. (Es posible decir: En cuanto al dinero, ya no le queda).

 

b)     Si, por el contrario, admite una paráfrasis con es lo que o es el que no se empleará coma.

 

Vergüenza debería darte. (Equivalente a: Vergüenza es lo que debería darte).

 

También suele anteponerse una coma a una conjunción o locución conjuntiva que une las proposiciones de una oración compuesta, en los casos siguientes:

 
 

a)     En las proposiciones coordinadas adversativas (“que denotan oposición”) introducidas por conjunciones como pero, más, aunque, sino.

 

Puedes llevarte mi cámara de fotos, pero ten mucho cuidado.

 

Cogieron muchas cerezas, aunque todas picadas por los pájaros.

 

 

b)     Delante de las proposiciones consecutivas introducidas por con que, así que, de manera que….

 

Prometiste acompañarle, con que ya puedes ir poniéndote el abrigo.

 

El sol me esta dando en la cara, así que tendré que cambiarme de asiento.

 

c)     Delante de proposiciones causales lógicas y explicativas.

 

Es noble, por que tiene un palacio.

 

Están en casa, pues tienen la luz encendida.

 

 

Los enlaces como esto es, es decir, o sea, en fin, por último, por consiguiente, sin embargo, no obstante, además, en tal caso, por lo tanto, en cambio, en primer lugar, y también, a veces, determinados adverbios o locuciones que desempeñan la función de modificadores oracionales, como generalmente, posiblemente, efectivamente, finalmente, en definitiva, por regla general, quizás, colocados al principio de una oración, se separan del resto mediante una coma.

 

Por consiguiente, no vamos a tomar ninguna resolución precipitada.

 

No obstante, es necesario reformar el estatuto.

 

Efectivamente, tienes razón.

 

 

 

Cuando estas expresiones van en medio de la oración, se escriben entre comas.

 

Estas dos palabras son sinónimas, es decir, significan lo mismo.

 

Tales incidentes, sin embargo, no se repitieron.

 

Este tipo de accidentes están causados, generalmente, por errores humanos.

 

 

Si los bloques relacionados mediante estos enlaces forman parte de la misma oración compuesta escrita entre puntos, se suelen separar con punto y coma colocado delante del enlace, al que seguirá una coma.

Se suele colocar punto y coma, en vez de coma, delante de conjunciones o locuciones conjuntivas como pero, mas y aunque, así como sin embargo, por tanto, por consiguiente, en fin, etc., cuando los períodos tienen cierta longitud y encabezan la proposición a la que afectan.

Si los bloques no son muy largos, se prefiere la coma.

Si los períodos tienen una longitud considerable, es mejor separarlos con punto y seguido.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En los casos en que se omite un verbo, por que ha sido anteriormente mencionado o porque se sobreentiende, se escribe en su lugar una coma.

 

El árbol perdió sus hojas; el viejo, su sonrisa.

 

Los niños, por aquella puerta.

 

En matemáticas, un genio; para la música, bastante mediocre.

 

 

En las cabeceras de las cartas, se escribe coma entre el lugar y la fecha.

 

Santiago, 8 de enero de 1999.

 

Se escribe coma para separar los términos invertidos del nombre completo de una persona o los de un sintagma (que integran una lista (bibliografía, índice,…).

 

  BELLO, Andrés: Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos.

 

   CUERVO, Rufino José: Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana.

 

–construcción, materiales de

–papelería, artículos de

 

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MUÑECAS QUITAPENAS (Cuento de Navidad) por Sol Muñoz


La abuela materna de Juan había nacido en Guatemala, ni siquiera ella sabía cuántos años hacía de eso. Todas las abuelas guatemaltecas (la abuela de Juan no iba a ser diferente) les cuentan leyendas y cuentos a sus nietos antes de irse a dormir. Pero lo que diferenciaba a la abuela del Juan del resto de abuelas, es que ella creía con ciega fe en el poder de la tradición oral. Pensaba que lo que se transmitía de generación a generación a lo largo de tantos lustros, a la fuerza, tenía que ser cierto.

El día de Navidad sorprendió a su nieto regalándole una pequeña caja de madera. Cuando Juan abrió la misteriosa caja encontró seis muñequitos con vestimentas indígenas. Parecían hechos a mano con alambres y diferentes telas e hilos de colores. Ese regalo, que cabía en la palma de su mano, estaba muy lejos de ser la bicicleta nueva con la Juan soñaba. Ante su cara de decepción, su abuela le explicó que eran «muñecas quitapenas».

– ¿Muñecas quitapenas?- le preguntó extrañado.

– Exacto. Según la tradición de los indígenas mayas del Altiplano de Guatemala, cuando los niños tienen miedo, preocupaciones o pesadillas por la noche, se lo cuentan a las muñequitas antes de irse a dormir. Luego las colocan debajo de la almohada y, al amanecer, los sueños feos desaparecen- fue la respuesta de su abuela, pero tampoco pareció convencer a Juan.

Juan con diez años se sentía demasiado mayor para contarle sus preocupaciones a una muñeca y, además, no creía en la magia, ni en los hechizos, pero sí creía en su abuela, así que buscó la forma de no decepcionarla. Decidió que, en lugar de contarles preocupaciones, les pediría deseos. Se acercaba el final del año y en esas fechas todo el mundo empezaba de cero, nadie parecía tener preocupaciones y sí muchos proyectos nuevos y sueños por cumplir. Juan no sabía exactamente qué era lo que más anhelaba y preguntó a sus amigos para que le ofrecieran alguna pista. Casi todos soñaban con tener super poderes, como los protagonistas de los cómics que leían. Pero Juan no soñaba con volar, con tele transportarse, con poder estar en varios sitios a la vez o con ser capaz de detener el tiempo. La vida de Juan era bastante especial comparada con la del resto de los niños de su barrio.

Juan pensó una y otra vez en lo que deseaba. Quizás dejar de ser un niño, sí era eso lo que le pediría a las muñecas. Quería ser alto y fuerte, convertirse en algo así como en «un príncipe vengador» para saldarse todas sus deudas. A menudo se sentía débil e inseguro, especialmente cuando desde su habitación escuchaba lo gritos. Si en ese momento tuviera que elegir un animal que le identificase, sería, sin duda, un avestruz que esconde la cabeza dentro de la tierra, incapaz de enfrentarse a los problemas.

Juan se dejó caer en su cama mientras resoplaba y contempló el dibujo hecho por él mismo hacía unos años. Su madre se había limitado a clavarlo con la ayuda de unas chinchetas de colores en la pared de su habitación, sin preguntarle ni siquiera qué representaba. Era su propia casa, pero sin lindos colores, sólo utilizó el color negro. A sus padres los había dibujado con un algo sobre la cabeza. Sí, Juan lo recordaba, era un casco. Cogió el dibujo y lo hizo mil pedazos. Depositó los trocitos en la mesilla, junto a la caja de madera que le había regalo su abuela. Después, extrajo una de las muñecas y le pidió convertirse en un niño invisible para huir sin ser visto cuando su casa se convirtiera en un lugar oscuro. Después puso la muñeca debajo de la almohada, tal y como le había explicado su abuela, y se acurrucó entre las mantas.

Juan, sin saberlo, ya tenía ese super poder, el de la invisibilidad. Nadie le escuchaba, sólo su abuela y aquellas diminutas muñecas. El resto, muchas veces, ni se percataban de su presencia. Lleva mucho tiempo viviendo así, en el mundo enrevesado de los adultos.

A la mañana siguiente lo primero que hizo al despertarse fue guardar la muñeca nuevamente en la caja. Después, fue a la cocina a prepararse el desayuno, no podía esperar a que nadie se lo preparase, aunque fuera Navidad y estuviera de vacaciones. Derramó un poco de leche sobre la mesa y en ese momento su madre apareció enfurecida.

– ¿Por qué tienes que ser tan torpe? ¡No sirves para nada, igualito que tu padre!- le gritó.

Juan se giró y sin pensarlo la llamó «puta». Cuando se escuchó a sí mismo, no podía creer que esa palabra hubiera salido de su boca. No quería insultarla, es que muy pocas veces había oído que la llamaran mamá.

Juan dejó de ser un niño invisible en ese mismo momento.

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Un minuto intenso

 

 Un minuto intenso

  Yo creo que el minuto más intenso de mi vida fue una noche que conseguí ligar. Salí de copas con unos amigos y sobre las tres de la mañana, cuando ya empiezan las rebajas, recalamos en un tugurio de estos en los que la gente va a pillar, que más que discotecas parecen mercados de ganado. “Esta me parece bien, ese me lo llevo al peso o aquel me lo quedo a ojo de buen cubero”.   Yo tuve suerte, al menos eso me pareció al principio. Una rubia de bote pero con dos  t… bien puestas se acercó a pedirme fuego, yo le dije que lumbre no tenía pero que fuego le daría todo el que quisiera. No hizo falta más, en menos de una hora estaba en una habitación decorada totalmente en azul , enmoquetada paredes y suelo y sobre una cama de dos cuerpos por lo menos. No me había visto en otra. Pero ahí empezó mi calvario. El minuto, más bien minutos,  más intensos y más difíciles de mi vida.

  Ella se fue desnudando, poco a poco, mientras bailaba una danza sensual que me recordaba a kim Basinger en “Nueve semanas y media”  Yo estaba asistiendo a ese meneo de caderas, a ese balanceo de brazos, a esa caída de blusa, a ese perfume de vainilla  y sin embargo no notaba nada en mi interior, mejor dicho en mis zonas bajas, para asegurarme y en un momento que ella miraba para otro lado toqué el sitio donde debía haber una erección y lo único que encontré fue una cosa blanda y morcillona, Fue un momento de pánico total. Aquella mujer que ya estaba casi desnuda se iba a lanzar a por mi y no iba a encontrar nada donde agarrarse, ¿ qué podía hacer?  Mi cerebro aturdido por el alcohol y la hora,  estaba tan morcillón como mi miembro. Tenía que pensar a toda velocidad. Más que pensar conseguir que aquella cosa tomara un tamaño y una dureza adecuadas a la situación.

–         Permíteme ir al servicio-  le dije.

 Nada más llegar al lavabo me la agarré con fruición y le di unos meneos , pero ni por esas.

-Cariño te estoy esperando-  dijo la rubia con voz de Marilin Monroe..

 Ya no pude retrasarlo más, salí en calzoncillos y allí estaba ella en la cama, con las piernas cruzadas ocultando  el sexo y acariciando esas grandes tetas con las dos manos hasta llevarse lo pezones a la boca. Lo que más me había excitado siempre: una mujer voluptuosa de pechos grandes y mucho pelo en el pubis, y ahora estaba allí delante de ella y mi aparato se comportaba como un ente autónomo al que no le interesaba nada. Seguro que alguno de los cabrones de mis amigos, jodido por no poder soportar que yo ligara,  me había puesto  algún producto en el cubata y era lo que me dejaba incapaz.

– Seguro que es eso- pensé, – pero pasará.

A ver como le contaba a aquella hembra que era el bromuro de la mili que me estaba haciendo efecto ahora.

–         De perdidos al río- , me dije, – que sea lo que Dios quiera- 

Y me lancé sobre sus muslos de carne trémula y blanca y los  lamí con fruición hasta llegar a esa parte en la que todos estáis pensando y entonces:   ¡ sorpresa!, ¡ maldición!. Eso si que era un rabo enhiesto y duro.

   Mi primera intención fue salir corriendo como fuera, pero ella/él me atrapó entre sus piernas poderosas y blancas. Al levantar la cabeza, vi aquellas tetas que sobresalían del torso contorneado y limpio y unos labios rojos que me pedían suplicantes que los comiera y sucumbí. Me relajé y me dejé hacer. Para mi sorpresa, lo que antes era flacidez se convirtió en petrea dureza y … ya no contaré más,  por pudor y respeto a la audiencia.

Por supuesto que la versión que les di a mis amigos fue muy diferente, faltaría más.

  De todas maneras y a modo de conclusión os diré que :  “A polvo regalado, mirale antes si tiene rabo.”

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Yo también te quiero

  Te quiero, le dijo Daniel Gómez,  mirándola a los ojos, mientras remaba en el estanque del retiro. Natasha Tashenko, en silencio, contemplaba como un cisne de cuello largo sumergía la cabeza en el agua, una y otra vez.

  Al poco, el cisne de cuello largo sacó la cabeza con un pez atrapado en su pico.

Natasha volvió sus ojos hacia Daniel   y le dijo: Yo también te quiero.

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Carta de Alberto a Laura

Amor mío, Laura

 

Lamento que en esta carta deba decirte la verdad, no puedo “inventar los versos más tristes esta noche”… ya fueron tristes desde nuestra distancia, sé que me buscasteis, sé que desaparecí para no deciros la verdad, para no decirte la verdad sobretodo a ti, que sé que me esperabas, que me deseabas, que me soñabas cada noche desde la partida…

 

No pude más, amor sostener la mentira, nuestra mentira… no tuya sino mía, sólo mía… no, por favor, no creas que no te amo, si te amo con todo el alma y corazón pero no puedo, no puedo amor.

 

No puedo dejarla, dejarlos a los niños… no puedo, puedo intentar vivir dos vidas… puedo intentar disfrutar contigo, los paseos, los viajes, la vida que compartimos y no dudes, ni un momento que te amo con toda la fuerza que se agolpa en mí y ya no puedo no verte.

 

Pero Pedro y María aún no tienen ni diez años, él cuatro, ella nueve… ya no la quiero, lo juro, te lo juro, yo no la quiero sólo por los niños, nada más… te lo juro, pero yo tenía diez cuándo mi padre dejo a mi madre y a nosotros, a mí hermana Elsa y a mí… no volvió, nunca más volvió, un día de mayor llamaron a casa y tenía otra familia, tengo tres hermanos más allá en América, dos varones y una chica más de diez años menores que yo. A él, no volví a verlo nunca.

 

Es mucho para mí descubrir que he repetido su historia, he repetido la historia de mi padre, tal cual, sin siquiera hacer algo mío, distinto… y en eso, te he arrastrado a mi dolor y destrucción. Soy el único culpable, no sientas ni siquiera la mínina culpa. Tu no tienes culpa ninguna.

 

He sido yo, no tú… sólo yo que te mentía y me mentía como puedo olvidar a los niños, cómo puedo perder mi casa, mi sitio, mi lugar en el mundo y a los que de verdad me aman.

 

Si pudiera unirlos a ti y a ellos, si fueras la madre tú y no ella… distintas épocas de mi vida, distintos amores… pero no dudes que él único que tengo hoy eres tú, sólo tú.

 

Amor mío, sólo tú y nadie más.

 

Alberto

MVML

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CONJURO CONTRA LOS MALOS TIEMPOS por Sol Muñoz

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No sé si es adecuado pensar en ti cuando aún estás ahí, al otro lado del cristal, agitando la mano con un pañuelo invisible y fingiendo pucheros, como si esto fuera una antigua estación de tren propia de las películas románticas del cine clásico y el autobús interurbano al que me acabo de subir me fuera a llevar muy lejos, a otro país. Yo pego la nariz contra el cristal, me pongo bizca y simulo estar presa. Mis ademanes carcelarios te provocan una carcajada. Pienso que por esa sonrisa sería capaz de luchar hasta la extenuación contra todos tus enemigos, de atravesar el mar, de conquistar un imperio, de empeñar un riñón o, qué sé yo, de darte lo mejor de mí, sin pasado, sin futuro, sólo el momento presente, pero sin miedos que puedan afectarnos. Pienso también que, por muy lejos que estuviera ese otro país al que supuestamente me lleva este autobús, ninguno está tan lejos como para alejarme de ti, de tu sonrisa sincera, de tus pucheros de estación.

Hoy hace exactamente un año que te mudaste a mi vida, aunque ni siquiera te has acordado o, quizás, seas tú él que me lo recuerda a mí a diario. Nunca te ha gustado celebrar días así. Yo, en cambio, en estos días no puedo evitar dejar de pensar en los lunares de tu espalda y en todas las noches que he pasado contándotelos. A veces tengo la sensación que si cierro los ojos podría seguir con la operación sin cometer ni un solo error. Cuando cierro los ojos también me gusta acercarme a tu nuca y notar su olor a mandarinas frescas. «Mi hombre de limones y duraznos. Tu cuerpo es el paraíso perdido del que nunca jamás ningún Dios podrá expulsarme». Cuando olisqueo tu nuca me vienen a la memoria irremediablemente los poemas de Gioconda Belli y sus labios golosos. También recuerdo las palabras de Antonio Gala cuando describre lo que es el amor en su poema «Enemigo Íntimo»: «El amor es simplemente esto, el gesto de acercarse y olvidarse: entregar una mano a otras dos manos, olfatear una dorada nuca y sentir que otro cuerpo nos responde en silencio». Quizás sólo te quiero de veras cuando me acerco a tu nuca, a tu dorada nuca.

Desde aquí no alcanzo a ver el hoyuelo de tu barbilla, pero sé que está ahí. Hay una leyenda sufí que dice que las personas que tienen esa marca de nacimiento son en realidad ángeles que antes de llegar a este mundo conocen todos los secretos del universo, pero Dios les pone un dedo sobre los labios para pedirles que se callen y no se lo cuenten a nadie. Yo estoy convencida que es así, tú eres mi ángel. Lo sé no sólo por tu hoyuelo, más bien es porque los huecos de tu cuerpo coinciden con los relieves del mío. Si los cuerpos se acoplan con facilidad, las mentes también lo logran. No tiene que ver con el tamaño, ni con los volúmenes. Es como tener o no ritmo para bailar.

A veces me gustaría dejarme arrastrar por esos momentos de pasión y deseo que provoca el amor y cometer una locura. Cuando me enamoré de ti, pero todavía no habíamos intercambiado ni una palabra, pasaba horas esperando en la calle a que salieras del trabajo sólo para regresar contigo en el mismo autobús, aunque ni siquiera me atrevía a sentarme a tu lado. Llegaba a casa muerta de frío, pero feliz. Ahora mismo lo que me gustaría hacer es bajar corriendo de este autobús para aterrizar en tus brazos y decirte que por fin te he encontrado. Pero vuelvo a preguntarme si sería adecuado o no hacerlo.

Una señora con permanente recién hecha y bolso de piel de leopardo se sienta a mi lado y consigue sacarme de mis pensamientos. Miro a tu alrededor y ya no parece quedar nadie por subir al autobús. Sólo quedas tú en la parada, ya sin pucheros fingidos, sólo mirándome a los ojos y diciéndome sin palabras todo lo que necesito. En breve, el autobús arrancará. Mientras te miraba y reflexionaba sobre la calidad de nuestra relación perdí la noción del tiempo. Debo de llevar ya unos cinco minutos sentada junto a la ventana, mirándote y soñando con los lunares de tu espalda. Oigo el sonido del motor, se cierran las puertas y el autobús comienza a moverse muy despacio. Te vas difuminando en mi vista, pero comienzas a estar cada más presente en mi imaginación. Revuelvo el bolso en busca del móvil. No llevo ni cinco minutos de viaje y ya te he escrito dos mensajes. O soy tonta o me gustas mucho.

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DE DUENDES MÁGICOS por Sol Muñoz

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Me gusta despertarme por la mañana y que mi novio me abrace por la espalda reteniéndome hasta el límite de los minutos permitidos por el despertador. Me gusta irme a trabajar y que él continúe dormido como un enorme bebé, mi enorme bebé. Entonces le doy un beso y le digo en un susurro: «Vuelvo en un rato» y él me contesta desde otro mundo: «Pásalo bien». Me gusta estar en el trabajo e imaginar que él anda por la casa entretenido en sus cosas, tan contento. Me gusta que pase el tiempo y él siga a sus cosas, como un cronopio. Me gusta que tenga otro ritmo, que no haga lo mismo que el resto de la gente. Me gusta su persistencia en no querer tener horarios y en no levantarse temprano. Me gusta que reivindique su siesta.

Me gusta ir de su mano por la calle, tocarle la cabeza monda y lironda y decirle: «si no sabes volar, no tienes nada que hacer conmigo». Me gusta cuidarle, ir detrás de él en las caminatas y tener la certeza que no le pasará nada si se fatiga porque hace muchos años que no tiene una crisis. Me gusta escucharle hablar, aunque a veces cueste entenderle por sus problemas de dicción. Seguro que el Pato Donald y él mantendrían largas conversaciones. Me gusta su gesto de «no sé, si yo acabo de llegar» y que acto seguido tropiece con algún mueble.

Me gusta verle comer al lado de nuestro sobrino preferido y la cara que ponen ambos cuando coinciden en la carcajada. Me gusta que pasen algunos días juntos, que se cuiden mutuamente y, que de paso, me rieguen las plantas. Me gusta que se disfracen, que jueguen a hipnotizarse el uno al otro, que hagan magia potagia y pocas matemáticas. Quizás por eso también tiene alma de artista, como nosotros. Me gusta que compartan los libros y aprendan juntos a no creer en todo lo que se publica. Me gusta verles crecer, uno a lo alto y el otro a lo ancho.

Me gusta mi novio porque es poeta, malabarista, cocinero y el mejor editor del mundo. Y el mejor amante… puede que también. Me gusta mi sobrino porque pone su sonrisa más adorable para pedirnos lo que intuye que no le vamos a dar y, sobre todo, me gusta porque una vez le vi estirar sus bracitos hacia al cielo y exclamar con todas sus fuerzas: “¡Soy un queco feliz!”.

Me gustan mis dos duendes mágicos porque atraen a la buena suerte y siempre, siempre salen guapos en las fotos, lo más guapos. Y si me necesitan… sólo tienen que silbar y ya voy.

Postata: El duende que aparece en la imagen es el Duende de la Fidelidad.

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Amiga, por Marta M-P

Hace apenas unos días, el sol iluminaba mi vida, aunque las gotas de lluvia me golpearan en la cara y los relámpagos se reflejaran en mis ojos…

¿Todo por qué? Porque era amiga de Ella…

… Habíamos compartido muchos momentos juntas… Ella era revoltosa, hiperactiva, etc… yo era la calmada y no tan inquieta… Por ese motivo nos compenetrábamos tan bien, confiábamos la una en la otra; nos contábamos todo, como cualquier chica de nuestra edad; nos influíamos entre nosotras, yo la “tranquilizaba” y Ella me hacía reír…

Como toda amiga, Ella y yo teníamos nuestros choques alguna que otra vez…Cuando eso pasaba, cada una se metía en su propio mundo…Con una única ventana que miraba al exterior, mostrando la imagen de la otra al pasar…

Por lo general, el temporal pasaba pronto. Bastaba empujar levemente, apenas un suspiro, las portezuelas para que ese muro que nos separaba se destruyese y volviéramos a ser como siempre habíamos sido: inseparables.

Siempre quedaban deshechos por todos lados después de la tormenta, aunque, poco a poco, el tiempo los iba dejando en el olvido….

Pero esta vez, Ella, había roto todas las barreras posibles de la amistad, había desconfiado completamente de mí, me había utilizado egoístamente para satisfacer sus propias ansiedades, todo esto pasando por la violación de mi propia identidad, algo que podía considerar únicamente mío…

Ahora cada una vive en su propia habitación, cerrada, con una ventana que no muestra el exterior, solamente refleja el minúsculo cuarto oscuro donde nos encontramos…
Por mucho que empujemos, por mucha fuerza que empleemos, la ventana nunca se va a abrir…Ésta se abre hacia dentro, pero si la abrimos, nos golpeamos en la cara…Y ambas somos demasiado orgullosas como para empezar de nuevo con un ojo morado…

Aunque hagamos las paces, ya nunca será los mismo de antes….Ya no podré decir que todo lo supero con la certeza de saber que Ella siempre estará a mi lado…

…¿Fin?

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Epitafio

Eduardo López  Blanco

 

1970-2009

 

Ahora que lo pienso, nos conocimos a los siete u ocho en la escuela, o fue antes quizá. Se me pierde, ya casi ni recuerdo esa época de mi vida, de nuestra vida.

 

Te sentabas a mi lado, creo que delante o atrás, hasta los últimos cursos de la primaria y luego, en el instituto, siempre a mi lado.

 

Revoltoso, charlatán, divertido, dinámico a tope, hiperactivo dirían hoy.

 

La cantidad de veces que nos sacaron del aula para castigarnos juntos por reír, hablar o vacilar a algún otro compañero. En algún curso hasta nos amenazaron con separarnos, por suerte, no cumplieron.

 

Lo cierto es que tengo una memoria lejana de esa época es como si le hubiese sucedido a otro, a otros. Como si tú y yo nunca hubiéramos estado ahí.

 

Ahora que lo pienso un poco más, a lo mejor nosotros no estuvimos ahí, fueron otros no nosotros los que estaban ahí.

 

Vidas pasadas. Otras vidas que ya no nos pertenecen.

 

Tuve, tuvimos otra vida y ya casi ni la recuerdo. Hasta hoy. Por tu culpa, Eduardo.

 

Levantarnos a las ocho, vestirse entre la duermevela casi a oscuras para no despertar a los hermanos menores.

 

El té con leche que mi padre nos traía a la cama y que yo invariablemente detestaba, ahora mismo el té con leche me recuerda a mi padre y a aquellos madrugones.

 

El cielo de noche todavía.

 

El té bebido, a lo mejor algo de cereales o yogurt pero a las corridas ya yéndonos a toda prisa.

 

Hasta después de los diez no podíamos ir solos a la escuela, después ya si nos dejaron ir andando.

 

A cien metros de mi casa tu casa, siempre a las apurones para no llegar tarde al colegio.

Desde allí teníamos un buen trecho hasta el colegio andando. Ida y vuelta, todos los días.

 

Tu cara sonriente, el pelo mal peinado, la ropa un poco desaliñada en esa esquina esperando… ahí te recuerdo… es mi último recuerdo ya después, no recuerdo más.

 

Algún viaje que hicimos en verano, camping a la playa o a la sierra. Bailes, novias, la Uni… se me pierde tu recuerdo, mi recuerdo justo en esa esquina.

 

Hace cuánto, más de veinte años… más o menos, ya ni me acuerdo. No recuerdo casi nada de esa época. Una nebulosa que no consigo dilucidar, no sé si es bueno o malo, en realidad, dicen que la memoria en algunos casos elige o mejor dicho nosotros elegimos, elegimos si recordar o no. Yo debo ser de los que eligen no recordar.

 

No recordarte para no recordarme, a lo mejor. No vaya ser que descubra que no soy quién quise ser. Que los sueños se perdieron, en algún recodo, en alguna vuelta de la vida y ya no estoy yo sino otro aquí. Alguien que no soy yo, yo el de esa época.

 

Camino despacio entre la gente… me llevo las manos en los bolsillos de la chaqueta… ha empezado el frío de finales de octubre. No miro a nadie camino mirando las hojas de los árboles que ya van cayendo. Camino detrás de todos, apartado de todos.

 

Algunos nombres se me pierden, esta costumbre mía de recordar rostros y no nombres que más de un problema me ha traído en una fiesta o en la calle.

 

¿Dónde he visto antes a ese hombre o esa mujer?

 

Una cara que vislumbro conocida en medio de los desconocidos se me viene acercando y casi sonríe.

 

– Pobre Eduardo, tan joven todavía. Y tener un final así. –

 

Hago un gesto, prefiero no hablar, no hablar con nadie de tus porqués. No me atrevo, no quiero ensuciar tu nombre, tu recuerdo. No quiero hablar con otros de ti, de porqué.

 

Los rituales de los cementerios y tanatorios nunca han sido para mí, no van conmigo simplemente. Entiendo el dolor de los que quedan, quiénes te quisieron y te echaran de menos, pero los lamentos no van conmigo ni las frases hechas y dichas porqué si.

 

Veo a tu hermana pequeña que ya no es tan pequeña como yo la recordaba, una mujer joven y bonita camina junto a tu madre, ambas van de negro y se adivina en sus ojos, la misma pregunta. Tu madre como cuando éramos niños una señora hermosa de esas que uno se detendría a mirar, esa elegancia al caminar, su donaire. Su pelo oscuro igual al tuyo. Tus ojos en los de tu hermana. Ambas están allí y parecen casi desprotegidas de la maraña de gente que se arremolina a su alrededor diciendo una y otra vez las mismas frases.

 

–          Pobre Eduardo. –

–          Eduardo, tan joven Eduardo. –

–          ¿Qué le paso a Eduardo.? –

–          ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

 

Tendría que ir a salvarlas, a consolarlas. No sé, yo no sé que hago aquí todavía.

 

No sé qué paso, no sé qué fue. Sé que estas aquí o mejor dicho no, tú no estas aquí.

Eso sí lo sé, estas en esa esquina que yo recuerdo todavía y en los retazos de memoria que empiezan a aflorar en mí  poco a poco,  son flashbacks de mi vida, de nuestra vida como si fuera una peli.

 

No quería llorar, no quiero llorar… hace tanto que no lloro. Un hombre no llora. O si. Eso nos decía mi padre de pequeños casi en la misma época que nos conocimos.

 

Un hombre no siente. Un hombre no sufre. Un hombre no llora. Un hombre no es tan cobarde para terminar con todo sin luchar, sin demostrar que es un hombre. Un hombre lucha hasta el final.

 

¿Qué mierda paso Eduardo? ¿Qué fue? Porqué no me llamaste, porqué no me dijiste, porqué mierda no lo supe antes. Porqué no me dí cuenta, en qué estaba pensando, qué estaba haciendo yo. Ese almuerzo que cancelé a último momento por el trabajo, por el atasco, por los chicos, ya no me recuerdo.

 

Me lo pensabas contar ese día, o alguna vez que me llamaste y no te atreviste. No pudiste.

 

No, no me acuerdo cuál fue la última vez que hablamos, de qué hablamos. No recuerdo que dijiste. No recuerdo si me insinuaste algo, si hiciste algún comentario, si me lo dijiste sin decírmelo. No recuerdo, Eduardo no recuerdo.

 

Una y otra vez, te veo en esa esquina. El pelo mal peinado, la ropa un poco desaliñada y la sonrisa.

 

Tu sonrisa de siempre.

 

Esa imagen es la última para mí. Y espero que para ti también.

 

Volveremos juntos de la escuela y quedaremos para el cine a la tarde, para ver una de acción o de espías como siempre, antes un partido de futbol en el polideportivo del barrio. Serás defensa, yo delantero. Gritarás mis goles y yo te alentaré cada vez que detengas a uno del equipo contrario.

 

Mi abuela siempre decía que la gente esta dónde más la quieren… aquí estas amigo, y aquí estarás siempre en mi torpe recuerdo, en mi distraído corazón.

 

Nos vemos mañana en la esquina de siempre, intento llegar antes para que hablemos un rato.

 

MVML

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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